viernes, 25 de noviembre de 2011

Tecnobasura: Entrevista a Pablo Napoli, un groso. No se la pierdan!

Entrevista a Pablo, una de las personas que hacen. No tiene desperdicio. Se encarga de tomar computadoras viejas, rotas y en desuso para dar cursos de reparación de PC y de Alfabetización informática en la villa 21 con la organización "Para todos todo". Al final del video están los puntos de contacto.

Todo sirve!

Contacto:
 
pablo_floyd@hotmail.com 
compupueblo@hotmail.com
 
 

lunes, 14 de noviembre de 2011

El negocio de la novedad perpetua

Del lavarropas a la pc, toda cosa que compramos nace con una vida útil cada vez más breve. Detrás de esta “obsolescencia programada” hay razones económicas y consecuencias culturales.

Los romanos construyeron puentes que, dos mil años después, siguen ahí. Y en la localidad de Livermore (California) funciona una bombilla que ilumina un cuartel de bomberos desde 1901. Sin embargo, en general, el engranaje industrial desarrolla equipos de electrónica de consumo, celulares y otros aparatos con una vida tan fugaz que ni deja rastro en nuestra memoria. Se hacen perecederos al poco de nacer. Diseñados para tener una vida corta, frecuentemente ni siquiera tienen una segunda oportunidad tras estropearse. En la vida cotidiana, apenas se habla de reparar, reponer o reutilizar ante pautas que hacen que todo sea rápidamente viejo y fugaz. Pero acortar el ciclo de vida útil de un artefacto tiene efectos ambientales nocivos: comporta un agotamiento de recursos naturales, derroche de energía y una producción de desechos imparable.

La caducidad planificada caracteriza nuestro modelo económico. Ha sido históricamente la palanca que activó la compra y el crédito. “La obsolescencia programada surgió a la vez que la producción en serie y la sociedad de consumo”, sostiene Cosima Dannoritzer, directora del documental Comprar, arrojar, comprar, producido por Mediapro, que ya han visto dos millones y medio de telespectadores.

Por eso, los productos tienen una historia marcada en origen.  En Livermore festejaron los 110 años de vida de su bombilla de gruesos filamentos. Pero esa bombilla, prendida las 24 horas de cada día, que ha sobrevivido a dos webcams, es una excepción. De hecho, la bombilla es tal vez el primer exponente del deliberado acortamiento de la vida de un producto de consumo. En 1924 se creó Phoebus, un grupo integrado por diversas compañías eléctricas, con la finalidad de intercambiar patentes, controlar la producción y reorientar el consumo. Se trataba de que los consumidores compraran bombitas de luz con asiduidad. En pocos años la duración de las bombillas pasó de 2.500 horas a 1.500 horas, según el documental de Dannoritze. Phoebus incluso multaba a los fabricantes que se salían del camino. El asunto dio lugar en 1942 a una denuncia del gobierno de EE.UU. contra  General Electric y sus socios pero, pese a la sentencia, las bombillas corrientes siguieron funcionando una media de 1.000 horas.

Historia de un concepto

En 1932, Bernard London, un promotor inmobiliario, propuso reactivar la economía estadounidense en un texto llamado “Acabar con la Depresión a través de la obsolescencia planificada”. Su idea era que los productos, una vez usados un tiempo, se entregaran a la administración para eliminarlos. Una prolongación extra del uso sería penalizada con un impuesto.

En los años 50, Clifford Brooks Stevens, diseñador industrial, definió el concepto. “La obsolescencia planificada consiste en introducir en el comprador el deseo de poseer algo un poco más nuevo, un poco mejor, un poco antes de lo necesario”, declaró en una conferencia sobre la publicidad en Minneapolis en 1954. Brooks no inventó el término, pero lo precisó con claridad. Poco tiempo después, en 1960, el crítico cultural Vance Packard denunció en Los productores de residuos “el sistemático intento del mundo de los negocios de convertirnos en desechos, en individuos agobiados por las deudas y permanentemente descontentos”.

La mitad de los vehículos del mundo en los años 20 del siglo pasado eran el modelo T, de Henry Ford, fiables y duraderos pero sucios y ruidosos. Sin embargo, su competidor, General Motors, le arrebató el mercado con un nuevo Chevrolet que sólo incluía modificaciones espectaculares y formales. La historia de esta obsolescencia anticipada llega hasta nuestros días. Una abogada de San Francisco denunció a Apple por juzgar que en los primeros modelos de iPod habían aplicado la obsolescencia antes de tiempo con baterías de poca duración. Y en España también los clientes que se quejan de la generación de las impresoras que dejan de funcionar una vez que lanzan un número determinado de rayos de tinta para limpiar los cabezales.

La caducidad programada de los productos cimentó el desarrollo norteamericano y renovó una encorsetada cultura de consumo europea basada en la premisa de que la ropa o los artículos “eran para toda la vida”; incluso se heredaban. La muerte prematura de los productos fue un asunto popular. En la película El hombre del traje blanco (1951), de Alexander McKendrick, su protagonista da con la fórmula de un revolucionario tejido que ni se ensucia, ni se desgasta, lo cual lo hace irrompible. Tras la alegría inicial, su descubrimiento le lleva a ser perseguido por los propios empleados, temerosos de perder las ventas y perder sus puestos de trabajo. De la misma manera La muerte de un viajante

Existe una obsolescencia técnica, relacionada con la duración de los materiales y componentes.  La creación de diversas gamas de productos que no interactúan con el viejo equipo ayuda a que quede obsoleto. “Normalmente, los productos se diseñan con un equilibrio para que todos sus componentes tengan una vida parecida. No sería lógico tener un elemento con una vida infinita, y muy costoso, y otros de vida muy corta. La estrategia sería que cuando un parte falla, fallen las demás”, indica Carles Riba Romeva, director del Centre de Disseny d’Equips Industrials y profesor de la Universida Politécnica de Cataluña (UPC).

¿Se crean aparatos para que duren poco? “En general, no es así, aunque hay excepciones”,  opina Pere Fullana, director del grupo de investigación en gestión ambiental  de la Escola Superior de Comerç Internacional de la Universidad Pompeu Fabra. Fullana relata el descubrimiento que hizo en una ocasión al revisar un juguete eléctrico chino que se estropeó a poco de ser regalado a su hijo. Siguiendo el circuito eléctrico descubrió que el fusible que se había fundido estaba dentro de una cavidad de plástico, sellada e intencionadamente inaccesible.

La caducidad se impone además cuando las innovaciones tecnológicas se implantan sin que los productos tengan las mismas capacidades que los viejos. Por ejemplo, las empresas que estaban vendiendo videos mientras se desarrollaban los DVD pudieron estar participando de una obsolescencia planificada. La caducidad se hace sistemática cuando se alteran los productos para hacer difícil su uso continuado. La falta de interoperatividad fuerza al usuario a comprar nuevos programas En el mundo del software hay dos variantes para obligar al usuario a comprar nuevas versiones. Una es perder la compatibilidad hacia atrás forzando la reconversión de todo lo antiguo para funcionar con lo nuevo. La segunda, menos agresiva, consiste en perder la compatibilidad hacia adelante con novedades que no pueden ser manejadas por las versiones anteriores. De hecho, en algunas ocasiones “se ha visto cómo una compañía improvisaba inusuales módulos de compatibilidad para el programa antiguo, con el fin de manejar archivos de la nueva versión, por el temor de que los clientes pudieran migrar al tensar tanto la cuerda”, dice Xavier Pi, profesor de ingeniería de software y périto informático.

Otro modo de jubilar los productos es el diseño y la moda, la maquinaria de crear objetos que ilusionen con el ánimo de que el cliente se sienta desfasado si no compra. El diseño unido al marketing multiplica la seducción para crear un imaginario de libertad sin límites. “No podemos pensar en la obsolescencia planificada como una teoría conspirativa en la que los productores nos engañan escondiendo información. Tenemos que mirar el plano estético y simbólico y pensar en la dinámica de la publicidad, que te hace ver algo nuevo para que lo tuyo parezca viejo. Todos somos corresponsables”, dice Federico Demaría, un investigador sobre decrecimiento de la Univesidad Autónoma de Barcelona, licenciado en ciencias ambientales. Habla de la “colonización de lo imaginario” y cómo lo nuevo ocupa un papel estelar en la escala de valores. “Todos somos víctimas y promotores de este fenómeno. La manera en que opera la obsolescencia te hace partícipe de este proceso”, añade.
(1949), de Arthur Miller, recoge un impagable diálogo en el que el protagonista se queja de la heladera o el auto que dejan de funcionar al poco de pagarlos a plazos.

 

jueves, 20 de octubre de 2011

Basura electronica en Argentina

Hace diez años, en la ciudad de Buenos Aires la basura electrónica era insignificante. Hoy, según el Instituto de Ingeniería Sanitaria de la UBA, por día los porteños sacan a la vereda más de media tonelada (573 kilos) de equipos electrónicos en desuso; entre ellos hay partes de computadoras (monitores, CPU, teclados), celulares, radiograbadores, reproductores portátiles de música, (este cómputo no incluye grandes electrodomésticos como heladeras, lavarropas y televisores).
Marcela De Luca, docente del Instituto de Ingeniería Sanitaria de la UBA, explica que una década atrás la basura electrónica era tan poca que cuando aparecía era clasificada dentro de otras categorías, según el caso. Ahora, aunque la media tonelada diaria de desechos tecnológicos representa apenas un 0,02 por ciento del total de los residuos de la ciudad, ya integran una categoría por sí mismos.

La Cámara
Argentina de Máquinas de Oficina, Comerciales y Afines (Camoca) estima que en 2009 en el país se produjeron 100.000 toneladas de desechos electrónicos. Esto representa que por cada argentino se tiran al año 2,5 kilos de estos residuos. De este total, 50.000 toneladas son provenientes de oficinas (informática, calculadoras, telefonía fija y celular, etc.), y otras 50.000 toneladas son originadas en hogares y comercios. 

Carlos Scimone, gerente de Camoca, señala que las impresoras de chorro de tinta están entre los equipos informáticos que más se desechan. "Se venden unas 900.000 impresoras de chorro de tinta por año, y estimamos que alrededor de el 85% de ellas reemplazan equipos que se desechan, unos 765.000", dice Scimone. Y agrega que en
2009 cayeron en desuso alrededor de 1,5 millón de computadoras. 


En tanto, un informe de la organización ambientalista Greenpeace que se dará a conocer en estos días, al que tuvo acceso Clarín, cita un trabajo de la consultora Carrier y Asociados según el cual este año se descartarán en el país 9,7 millones de teléfonos celulares.
Datos de la misma consultora indican que en 2005 se dejaron de usar 2,5 millones de teléfonos móviles, por lo que en los últimos cinco años se habría multiplicado por cuatro el número de celulares desechados.



En su informe, Greenpeace señala que en el país, en promedio, los celulares se renuevan cada tres años, pero la entidad estima que en los próximos meses los equipos se reemplazarán aún con más frecuencia, porque los rápidos adelantos en los servicios móviles dejan obsoletos a los equipos cada vez más rápidamente.
 

Fuente: clarin.com

lunes, 3 de octubre de 2011

Los residuos electrónicos, sin destino






La contracara del consumo / Consecuencias de la renovación y de los planes de canje!!

Quería encontrar la clásica heladera SIAM de bolita, símbolo de lo que había sido la empresa décadas atrás. Corrió hacia una más moderna que todavía tenía los imanes pegados sobre la puerta; se metió por un angosto pasillo entre los electrodomésticos arrumbados y la encontró. Descascarada, con el logo colgando, esa heladera había ido a parar ahí, a un patio trasero de la ex fábrica SIAM, situada en Avellaneda, a orillas del Riachuelo, procedencia directa de alguna casa como parte del plan canje de electrodomésticos de línea blanca que en 2009 promovió el gobierno nacional.


Esa heladera, al igual que las 1500 que quedan a su alrededor, ya fue desguazada: se le extrajeron los aceites del compresor y los materiales aislantes, y se separaron el gas, el plástico, el acero, el cobre y el aluminio para comercializarlos. A las carcasas se las fueron llevando de a poco en camiones, rumbo a una planta de recuperación de metales ferrosos que los clasifica y selecciona para abastecer a las plantas siderúrgicas de Ternium Siderar y de Tenaris, donde se convertirán en tubos o chapas laminadas de acero para la fabricación de autos, sembradoras, postes de luz, silos y lavarropas.
Contento por haber encontrado el modelo que buscaba, Julio Cozes, una de las 105 personas que trabaja hoy en la cooperativa que se formó tras la quiebra de la empresa a mediados de los 90, cuenta que por el plan canje llegaron a acumularse en pasillos, patios y galpones unas 16.000 heladeras y lavarropas. Un verdadero cementerio de electrodomésticos, destinado al reciclaje, que muestra sólo una ínfima parte de la contracara del boom de consumo: los residuos de aparatos eléctricos y electrónicos (RAEE), cuyo número no sólo aumenta cada año, sino que, de no recuperarse, son los que mayor cantidad de sustancias contaminantes aportan al medio ambiente.
Porque, en líneas generales, el trabajo que viene realizando la cooperativa SIAM con las heladeras es una excepción: se calcula que se recicla no más del 2 por ciento de las 100.000 toneladas de RAEE que se generan por año en el país, según Greenpeace. Lo demás termina en la bolsa de basura, en la vereda, en services o acopiados en roperos, garajes y oficinas públicas y privadas.
Hoy, en la Argentina, en una casa de una familia tipo de cuatro personas pueden contabilizarse unos 50 aparatos o dispositivos eléctricos y electrónicos, entre electrodomésticos, televisores, equipos de audio o video, juegos, iluminación, pilas, baterías y cámaras de fotos, que pesan unos 420 kg, según precisa Gustavo Protomastro, director de Escrap, una red de operadores de residuos que promueve el uso sustentable de los aparatos electrónicos. De ese total, se desechan unos 10 kg por año, es decir unos 3 por habitante, y cuyo mayor peligro son los componentes altamente contaminantes que poseen, como mercurio, cadmio, bromo, selenio y plomo.
"La venta como segunda mano ha caído notablemente a la par del ciclo de vida de esos aparatos. Entre el 30 y el 40% de lo que va a la basura termina contaminando suelos y rellenos sanitarios; lo que se deja en la vereda es recuperado por cartoneros o chatarreros en busca de sus metales, pero también se desechan. Más del 50% queda acopiado en casas y una pequeña fracción llega en la actualidad a plantas, debidamente, para ser reciclada. De 120.000 toneladas anuales, no más de 10.000 se reciclan en plantas habilitadas", explica.
Son pocas las empresas habilitadas por la Secretaría de Medio Ambiente que gestionan residuos. Y firmas como Silkers o Scrap, y Rezagos se dedican a residuos informáticos y de telecomunicaciones, pero no a RAEE de línea blanca.

Números en alza

La cantidad de aparatos eléctricos y electrónicos que se descartan aumenta cada año. En su previsión para 2011, la Cámara Argentina de Máquinas de Oficina, Comerciales y Afines (Camoca) estima que se generarán unos 74.562.400 kg de residuos entre fotocopiadoras, impresoras, computadoras, cartuchos, teléfonos... Unos cuatro millones más de lo que se había alcanzado en 2010, sin tener en cuenta los residuos de electrodomésticos de línea blanca, respecto de los cuales no existen índices oficiales ni privados.
A Greenpeace no sólo le preocupan los residuos que se producen todos los años, sino también el acortamiento de los ciclos de vida de estos aparato, tanto por el boom del consumo como por la cada vez más acelerada renovación tecnológica. Por ejemplo, las computadoras: para este año, calculan que en el país se descartará más de un millón, número que en años venideros subirá fuertemente.
El de los televisores es un caso emblemático: entre la renovación tecnológica, el plan LCD para todos, las cincuenta cuotas sin interés, el efecto Mundial 2010 y el denominado "apagón analógico" por la llegada de la televisión digital se ha impulsado un fuerte recambio, que significó un incremento del parque de televisores en más de 20 millones de unidades en menos de una década, según Greenpeace.
Respecto de los celulares, en los últimos dos años se desecharon en el país casi 10 millones, es decir, cerca del 30% del parque actual.

EN NÚMEROS

  • 2%
    De los residuos se recicla

    No más de 10.000 toneladas se reciclan en plantas habilitadas por la Secretaría de Ambiente y Desarrollo Sustentable de la Nación.

  • 120.000 T
    Se descartan por año

    Es el número aproximado de residuos eléctricos y electrónicos entre los que se cuentan desde computadoras y celulares hasta pilas, televisores y electrodomésticos.

  • 16.000
    Heladeras por el plan canje

    Como parte de ese programa de 2009, promovido por el gobierno nacional en 2009, la cooperativa de la ex fábrica Siam recibió esa cantidad para reciclar.
LA LEY QUE ESPERA LA APROBACIÓN EN DIPUTADOS 

En mayo de este año, el Senado de la Nación aprobó el proyecto de ley que promueve la responsabilidad del fabricante hasta el destino final del producto, y que establece presupuestos mínimos para que se defina qué hacer con las más de 100.000 toneladas de basura electrónica que se producen por año en el país. Hoy, el proyecto que se encuentra en la Comisión de Recursos Naturales de la Cámara de Diputados y que será girado a la de Industria y a la de Presupuesto, espera alcanzar dictamen. "Mientras se dilate la promulgación de la ley, la basura electrónica en la Argentina seguirá creciendo", afirmó Yanina Rullo, coordinadora de la Campaña de Residuos Electrónicos de Greenpeace, que confía en que el proyecto se pueda convertir en ley antes de fines de año.

Publicado en La Nación - Domingo 2 de Octubre 2011 -




martes, 20 de septiembre de 2011

Argentina: Aumenta la cantidad de basura electrónica: el 95% se podrían reciclar

No obstante, pese a su alto contenido contaminante, no existe un plan para reciclar los elementos. Dicen que mucha gente retiene celulares al conocer que su descarte produce un gran daño al medio ambiente.
Computadoras, notebooks, teléfonos, celulares, televisores, pilas, lamparitas, lavarropas, heladeras y pequeños electrodomésticos, entre muchos otros objetos cotidianos en desuso, conforman un universo de ” residuos electrónicos ” con los que convivimos. Abandonados en rincones, cajones, bauleras o placares juntan polvo y preguntas: ¿Qué hacer con la primer compu que compramos? ¿A quién le damos ese lavarropas viejo? ¿Y el celular sin chip? De momento no existe un plan sistemático que permita reciclar este tipo de basura, así que probablemente termine formando parte de un relleno sanitario, en donde comienza un proceso de degradación perjudicial para el medio ambiente.


En función de lo que se vende en materia de electrónica y lo que se vuelve obsoleto, los especialistas calculan que anualmente se descartan 120.000 toneladas de desechos, de los que se recicla sólo el 5% . El promedio en el país es de 2,5 kilos de basura electrónica por año por habitante, mientras que en la Capital y el Gran Buenos Aires trepa hasta los 4 kilos promedio. Y si bien es verdad que no llega a los niveles de Estados Unidos y algunos países de Europa (en donde es de 20 y 15 kilos por persona por año respectivamente), el consumo en el país crece y con él la generación de este tipo de basura.
Pero las cifras pueden ser más alarmantes: “Hay que tener en cuenta que el 80% de los residuos electrónicos se generan en los hogares. Sólo conoceremos las toneladas definitivas cuando se haga separación de residuos en origen”, aporta Sebastián Astorino, de Riesgolab, una empresa que asesora sobre gestión de residuos.
Por ejemplo, en Argentina hay 50 millones de celulares. “Se calcula que en 2010 se descartaron entre 10 y 12 millones. Entre un 30 y 35% fueron a parar a los rellenos sanitarios y el resto probablemente pasaron de mano en mano o están en cajones. La gente reconoce que generan un daño ecológico y se los queda”, explica María Eugenia Testa, Directora de Unidad Política de Greenpeace.
 “En la Ciudad todavía se disimula una situación que puede terminar siendo crítica, porque en las casas y en las oficinas hay una gran acumulación de electrónicos”, explica Carlos Scimone, gerente de la Cámara Argentina de Máquinas de Oficinas, Comerciales y Afines. “En 2010 se vendieron un millón de televisores, es decir que la gente tiene que haber descartado a su vez los viejos televisores, sin embargo no los saca a la calle, ni los dona. En Alemania, Austria y Suecia se recicla más del 60% de lo que se descarta”, detalla.
Además, la industria y el marketing colaboran con la renovación de electrónicos. Entre otras cosas recurren a diseños con obsolescencia programada : productos que serán utilizados por un período de tiempo específico. Algunos le dicen “diseño para el basurero”.
“La ecología tiene sus costos. Si no convencemos a la gente por lo ecológico, hay que hacerlo por los beneficios económicos”, opina, pragmático, Gustavo Fernández Protomastro, biólogo y director de la consultora Escrap. “Un ejemplo: los envases de cerveza. Si los supermercados y los almacenes no nos pagaran por devolverlos, habría depósitos de botellas vacías en las casas. Si funciona con la cerveza, por qué no con otras cosas. En el Personal Fest logramos que la gente cambiara 2.000 celulares viejos por remeras”, cuenta.


De momento sólo existen campañas aisladas y de empresas privadas para reutilizar y reciclar artefactos. A nivel nacional tiene media sanción del Senado una ley que promueve el compromiso de los fabricantes de objetos electrónicos (tanto de compañías productoras como importadoras) en la gestión post-consumo. Una vez que el aparato cumplió su ciclo, las empresas tendrían que recuperarlo para reciclarlo. Y el proyecto prevé que les den incentivos de distintos tipos a los usuarios por los viejos equipos. Las empresas tendrían que cumplir objetivos para sacar los aparatos del mercado e impulsar programas para recuperarlos.
Mientras, en la Ciudad no hay proyectos para mitigar el envío de basura electrónica al relleno sanitario de la Ceamse. Por un lado sigue sin reglamentarse una ley, que fue votada en 2008, que obliga a la Comuna a deshacerse de los rezagos electrónicos propios, que se acumulan en los depósitos y subsuelos de las reparticiones. Diego Santilli, el Ministro de Ambiente y Espacio Público, no pudo precisar qué cantidad de aparatos sin uso posee la Ciudad. Pero enfatizó que el Jefe de Gobierno reglamentará la ley en “cualquier momento”. Por otro lado, los nuevos pliegos de la basura tampoco contemplan una recolección diferenciada de residuos tecnológicos. Es decir que al no fomentarse el reciclaje la meta “Basura Cero” está cada vez más lejana.
El affaire que en 2008 protagonizó la Comuna con las pilas también mostró que las acciones aisladas pueden terminar siendo un problema más que una solución: a través de los CGPC se recolectaron 10 toneladas de pilas viejas para ser depositadas en un relleno para residuos peligrosos, pero fueron rechazadas primero por Córdoba y luego en Campana. Finalmente las diez toneladas de pilas, que aún están en la Ciudad, serán exportadas por Duracell y Eveready a países con plantas procesadoras de este tipo de residuos.